El Festival de Narrativa y Poesía, Ojo en la tinta, es un evento literario independiente que se realiza en la ciudad de Bogotá, Colombia, desde el año 2009. Este busca encontrar y difundir nuevas voces en la literatura colombiana y latinoamericana. El festival es organizado por el Colectivo Literario La Raíz Invertida.

lunes, 22 de marzo de 2010

Diego Nicolás Lozano Pardo


Obediente hijo, incierto alumno, silenciosos siempre por falta de coraje, optó hacia la vocación literaria por no poder manejar vestiduras más complejas.  Desempleado, tullido de alma, limitado en sus vistas, con gusto contaría su idiota desgracia de no estar postrado en una cama a causa de la tediosa pereza. Rulfo y Lautreamont  le secaron el cerebro. Aún busca una bacinica que le sirva de laurel y un poema a quien servirle de escudero. 


(sin título 1)

Incertidumbre me rodea con sus brazos, me atenaza con sus piernas y ya no lucho por zafarme de su nudo. Me dejará un rato, cuando encienda el televisor un rato para celebrar las burlas a la mezquina Florinda e indignarme luego con los sufrimientos del parásito Ramón, hermano mío. Le molesta que la olvide por un rato y pueda sonreír escudado en los vestigios de un humor de niño repudiado por las madureces del tiempo. Igual, sabe que en la ducha podrá darme un largo beso mientras el agua escurre por la piel, esparciendo entre los ojos, con el jabón, amargos pensamientos. Me secará luego frente al espejo con una canción de cuna: “tu treen seee vaaaa, tuu treen se...” Morderá sus labios cuando mi carne y mis huesos se estremezcan. El piso tiembla; siento los pasos del gigante siguiendo sin apuro mis huellas.

Incertidumbre ahoga el llanto en mi garganta. Ha puesto una esponja en mis ojos para que el agua del piso no se mezcle con lágrimas. Le molesta escuchar sollozos mientras cumple su función de telaraña. Reduce mi cuerpo con caricias mientras trata de inducirme una espera grata. “Paciencia” creo que dice: los pasos del gigante hacen temblar mi estómago, mi estancia.

Con tantos brazos, tantas fauces ¿por qué demora? Sabe dónde estoy. Supo a dónde enviar esta hembra maldita para que me siga y atormente su presencia silenciosa; para que entorpezca los movimientos de mi cuerpo imponiéndome las diatribas de la conciencia. Infinitos sus brazos, poderosas sus trampas, ¡terribles las cadenas con que golpea y somete a quienes incumplen los sacrificios destinados a saciar la sed que inunda su garganta! Pero soy tonto. Hablo de “su garganta” cuando son miles, cientos de miles, hasta donde los números humanos no alcanzan. Avanza lento pero no importa; los emisarios dan abasto. Justo ahora, desde hace tiempo han acorralado a algunos otros. Ya los está aplastando, ya los está devorando, y aunque no se escuche ningún alboroto... aunque no haya gritos siento sus estremecimientos acompasados con los míos. Un rayo se ve en el cielo, lejos muy lejos. No suena: cayó en el campo. Aún así existe. El mismo rayo recorre como tren descarrilado mis nervios; los destroza, los rompe, pero no deja de sentirse. Así es el estertor ajeno ¡el rayo es el paroxismo mortal de otros! ¡el cielo negro arrebatándoles la vida, concediéndoselas luego en otro infierno!

El rayo no sonó; quemó mi carne por dentro. Trataría ahora de seducir a Incertidumbre: la tocaría y haría mutuos sus besos para aflojar su abrazo y poder abrir nuevamente mi cuerpo. Luego besaría su sexo, me abrazaría a sus rodillas, implorando casi en silencio:
-Si aún eres humana y sientes, como yo, el dolor ajeno... ¡déjame partir sin estorbar mi paso! Él me alcanzará: tú y yo lo sabemos, pero para entonces, en algún lugar de mi ya relajado cerebro, encontraré un pensamiento profundo o útil qué dedicarle a sui luminosa cabeza, ávida de conocimiento. Por aquel hallazgo mío acaso sus manos me otorguen algún peso, algún regalo para darlo a sus garras imperiales o arrojarlo a sus quiméricas fauces, hambrientas de metales brillantes para fundir y alimentar alguno de sus estómagos. Con ello, pasajera e interesada amante, lograré cumplir con las debidas ofrendas. Y si pide sangre, sangre le daré, despedazando no sólo el mío sino también el cuerpo de mi madre, cuyos miembros mutilados, bien repartidos, pesados y adornados   -molidos si así lo quiere- derramaré sobre cada uno de sus altares, en tanto lacero mis carnes perfumadas con los látigos del remordimiento, con vidrio sembrado en mis zapatos, danzando en los cultos cuantas veces quiera. Si luego he de ir a la cárcel, me prostituiré gratis a los otros culpables que hayan pagado en parte sus delitos: les serviré de mujer, dándole la espalda a mis mojigatos gustitos... todo sea para complacer a la ciega, noble y cascorva Justicia. Juro salir entonces vestido de Judas sin lucir aún el collar de la cobardía: no me quejaré con sonidos, aunque deba arrancarme la lengua, si Moral y el público me lapidan para convertir mi corrupto cuerpo en un mármol. Todo sea por morir allí y celebrar mi definitivo entierro.   

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