El Festival de Narrativa y Poesía, Ojo en la tinta, es un evento literario independiente que se realiza en la ciudad de Bogotá, Colombia, desde el año 2009. Este busca encontrar y difundir nuevas voces en la literatura colombiana y latinoamericana. El festival es organizado por el Colectivo Literario La Raíz Invertida.

viernes, 14 de enero de 2011

Ingrid González


Nació en Bogotá, Colombia (1990). Cuentista, cronista y algunos dicen que poeta. Ha realizado estudios sobre creación literaria en el Taller de Crónicas Barriales (2007), en el Taller de Escritores U. Central (2009) y en el Taller Virtual de Escritores (U. Central y Fundación Gilberto A. Avendaño).
Primer puesto en el concurso de ensayo de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño con el tema “Literatura, cultura y paz en Colombia” (2007). Jurado en el Concurso de Cuento, Poesía y Artes Gráficas del SENA (2009). Ha publicado crónica en la Antología de Crónicas Barriales y en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango (2007), como poesía en la revista Gavia (U. Distrital, 2009), y en el libro Poesía Colombiana (La Esquina Ediciones, 2009) y Antología de letras y exlibris (Ediciones La Máquina Gris y Liga Latinoamericana de Artistas, 2010); además de algunas publicaciones virtuales.
Ha sido invitada a diversos recitales de cuento y poesía en diferentes bibliotecas y locaciones.
Actualmente cursa un pregrado en la Universidad Pedagógica Nacional. 


Tríptico de un miserable en una noche de almohadas negras.

Esta noche, siento que tu felicidad me reseca; además de otras cosas. Me reseca este cuerpo, esta cabeza inquieta, que, floja, intenta abandonarse a cualquier elemento no maleable.
Y tu sonrisa, me da asco la forma de tu sonrisa, el acomodo de los dientes en tus labios de látex que filosos se zarandean entre un ambiente dietético, vegetal y estático. Eso también me reseca; Anie, tú me resecas. Tú y lo que representas: espacios de anciano y risas de plástico.
La calle, desde un alto edificio en una ciudad más puta que Paris, pero menos escandalosa que Las Vegas, parece un brote de llagas rojas, verdes, amarillas, grises y negras. Lo noto, tanto, que las siento crecer, formarse en los corpúsculos de mi piel para que luego, ante cualquier misericordiosa brisa, exploten creando más a su alrededor. Estoy contaminado, empalagoso y reseco de nuevo.
Jhon dice que soy un “existencial”. Puede que sí. Puede que tenga ganas de saltar y atrapar esas llagas con mi cuerpo, antes de que ellas lo hagan por mí…
Ha llamado mucho últimamente, y sé que evita el tema “Anie”. Aunque yo lo busco. Quizá porque algo me dice que ambos acaban de compartir la misma cama, y después de dos polvos, me recuerdan. Sí. El idiota “existencial”. El reseco, idiota, existencial. Hay que llamarlo. Tal vez no conteste. Se ha matado, al fin, lo ha conseguido…
El recuerdo de un guiño en la calle me hace pensar en una puta. Quizá una revolcada me reanime.


***

El cuarto, hediondo a exceso, me repugna. La mujer con la boca medio abierta revienta de placer en mi pecho. La cama es frágil, usada, temo caerme. Tiemblo al pensar en caer con ella encima, con la carne magullada que me ha alimentado en las últimas dos horas…Soy basura que come basura, una especie de caníbal que ha encontrado su pedazo. ¿Querré más?
El dinero lo he dejado en la almohada. Gracias puta divina, pienso, y ella reacciona veloz y me hala a la cama. “No tengo más dinero”, susurro con una voz que siento sale más de su garganta que de la mía. Un control que ha obtenido sobre mis sonidos, aún permanece intacto. Me ha robado el audio. Pero no me importa, al final pienso que me hace un favor, ¿qué tiene más validez, hablar con una puta, o hablar como una de ellas?
“¿Qué piensas?”, pregunta con mi voz. O con la suya. “Lo mismo que tú”, le contesto. Lástima, no entiende que ahora yo soy ella. No entiende que mi cabeza se ha colocado entre su vientre y su espalda, entre la atmosfera de placer de su catre y la esterilidad de sus almohadas negras, sordas y congeladas. Almohadas que no saben nada, pero lo han sentido todo.
La mujer se levanta desnuda y trae una jeringa consigo. “¿Quieres?”, me dice mordiéndose los labios. Ante mi estúpida y no infundada impavidez, sonríe casi gimiendo: “Me gusta que me inyecten”. Así que lo hago. El líquido parece pasar de las venas en sus brazos hasta llegar a mi cabeza en su vientre. Y entonces veo a Anie, la veo en cada burbuja sucia que ahora me entretiene, pero no está sola, Jhon la acompaña, ambos tienen una almohada negra en lugar de cabeza, y se frotan entre sí, contentos, sonriendo con dientes de hilo. Me resecan. Su felicidad me reseca.   

***

Me veo como un feto que sale de las piernas de Anie. Vomito. Vomito sobre toda la cama de mi prostituta, pero ella con la poca conciencia que tiene se resigna a arrastrarme al baño. Allí, dejo caer mi cabeza en el inodoro…Y lloro, lloro como lo sentiría el feto abortado.
“Estás hecho una mierda”, me susurra al oído con un ligero gesto de desaprobación, como si me considerara muy débil o muy desgraciado.
Ya afuera, camino hacia el edificio. La madrugada comienza a desvanecer la noche, como una orgía de chulos que, satisfechos, van desapareciendo.
Al entrar, huele a sexo y a cigarrillo. Pienso que debo ser yo, el ‘existencial’, que se ha agotado entre olores, humos, burbujas y felicidad de plástico, y dientes negros de almohadas de hilo. Pero no, no soy yo, es Jhon que fuma en la sala. 
No lo determino. Camino hacia el balcón. Él me sigue hasta buscar mi rostro para hacer un guiño de despedida. Tira el cigarrillo al vacío y se larga. Pienso que debe hacer lo mismo con Anie, chuparla y lanzarla a la nada.
El frío es pasmoso. Me siento como un cadáver que recibe una descarga eléctrica. Deseo mi cama. En ella, Anie no duerme, me espera con una de sus sonrisas plásticas. “¿Se ha ido Jhon?”, dice con desasosiego. Asiento con la cabeza y me acuesto a su lado. “Anie, ¿puedo fumarte?”, digo de repente. “Sí, pero más tarde. Ahora estoy cansada”.

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