El Festival de Narrativa y Poesía, Ojo en la tinta, es un evento literario independiente que se realiza en la ciudad de Bogotá, Colombia, desde el año 2009. Este busca encontrar y difundir nuevas voces en la literatura colombiana y latinoamericana. El festival es organizado por el Colectivo Literario La Raíz Invertida.

jueves, 31 de marzo de 2011

Luis Armando Botina Castro


Licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad de Nariño, ha participado en recitales poéticos a nivel nacional en Nariño, Cali, Bogotá, Medellín, Bucaramanga y a nivel internacional participo en el Primer , cuarto y sexto Recital Internacional de Poesía de Pasto 2005, evento realizado con el aval de la  revista Prometeo de Medellín, centenario a Aurelio Arturo-Poeta del Siglo 2006, algunos de sus poemas han sido seleccionados para ser leídos en el café tertulia Porfirio Barba Jacob de la ciudad de Medellín a la vez que han sido publicados algunos de estos textos en la antología poética llamada “Laberintos del Tiempo” auspiciada por la alcaldía de Medellín, la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional, en diciembre de 2007 realizo la publicación de su libro Sequías del Tiempo y actualmente se esta realizando la edición de su segunda antología poética titulada “ciudad de hierro”. 


Ombligo

Tus lágrimas son un murmullo de gente
Un chubasco entre el vino de la muerte
Si pudiéramos desvestir la madrugada
Si el tiempo se quedara fuera de la casa
Si tu cuerpo fuera la sublimación de la muerte
Si tu sombra combatiera horas extras con fantasmas
Si este amor se demorara un instante en la cama
Si la cama fuera el puente del olvido
Y tus labios resucitaran por dos segundos a este espectro
Que duerme un sueño de esqueleto
Tus lágrimas son un murmullo de gente
Lágrimas secas sobre el cuerpo del espanto
En esta tumba que cargo por ombligo.


¿Que es el amor?

Un perro ciego
ladrando en un costal
Un mendigo confeccionando
un corazón de lujo
Un dolor de muela
en una dentadura postiza
La pata soltera de una araña
en un rincón de orines
La inversión en alcohol que pague
para que me dejaras de pie
brindando con el abandono
¿Que es el amor?
Esta osamenta
que brilla en tu carne oscura
Tus grandes ojos
a dos metros de este animal de cera
¿Que es el amor?
Los huesos del alma
llorando en el cristal
que deja sobre el techo tu sombra eterna
¿Que es el amor?
Un beso castrado
Un árbol cruzado de brazos
El crimen perfecto del cual solo se alimentan
las moscas dormidas
¿Que es el amor?
El tiempo que es tiempo
casi olvido.


Trozos


“A la brutal memoria del Noni-Neitor
Que es casi una sombra
Salida de su amorfa crisálida de acero
Bebida etílica
Menguante sustitución de la muerte”.

De un tal Saserof

Llueve tanto
Y la ciudad es un monstruo congelado
Llueve saliva oscura
Largos trozos de hierro
Vidrio de los tejados
Llueve dentro de mi pecho
Y el pecho es una bestia de olvido
Lluevo sobre ti a gritos
Y el ruido despierta las putas de barata
La noche es de sueños destilados
Y el alcohol se hincha patas arriba de mi alma
Llueve en verdad
Y el tiempo se lava
La memoria se lava de alguna forma
Los muertos se lavan las entrañas
El olvido crece de la lluvia
El cielo escupe orines de ángeles primitivos
La ciudad es una larga bilis que se arrastra
Lluevo en mi tumba de huesos
En tus labios sobrevivientes
En la penumbra que estorba
En el reflejo vanpiresco de un sol castrado
Nada me pertenece
En absoluto
Solo el monótono sonido del agua
Que se suicida
En un relámpago de fieras
Nada resplandece
Solo la mano cortada del día
Que hambrea paso a paso
En algún lugar de la ausencia

Relámpagos crecen como ruinas
En esta soledad de la cual me alimento
Llueve en verdad
Y creo que soy el único imbécil al que le importa
Esta leve inundación del alma.

Óscar Salamanca



(Bogotá, 1980) Escritor y profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo, dictando talleres para jóvenes y adultos.


Sísifo

En un rincón húmedo de su habitación desamoblada, víctima de un tedio crónico y progresivo, el oficinista contaba los segundos que le quedaban antes de reemprender sus labores diarias. Dos botellas vacías y una compañía cuyo recuerdo se nublaba en su memoria, eran el saldo, quizá vagamente deseado, de una noche que se iba de su vida con más rapidez de lo que tardaba en asomarse la luz de la mañana. Por las ventanas se filtraban los rayos solares, vistosos como espadas de luz cruzando la habitación de un lado a otro, entre efluvios de pasión y ebriedad. La vida se desgajaba en trozos de tiempo, en segundos veloces que el oficinista sopesaba mentalmente, aferrado a la idea de escapar por un instante, un instante lo suficientemente breve como para no apartarlo de sus obligaciones, pero lo suficientemente intenso como para hacer parecer insignificante el tiempo desperdiciado en ellas. Un instante de voluntad, más que de tiempo. Envidió la suerte de la amante barata que acababa de robar su apartamento y llegó a ver en ella una gloriosa humanidad, desafiante frente a la reiteración monótona de lo que se cree seguro. ¿Humanidad libre y exaltada en eternidad durante un segundo? No: cuerpos famélicos que hurtan el pan y se esfuman sobre el asfalto.

Mareado por la incesante repetición del mismo segundo fugaz, el oficinista se incorpora y camina hacia los cuatro rincones de su habitación, uno después de otro. Quiere alejarse lo más posible del centro, como un Sísifo que ahora da vueltas alrededor de su roca. Sueña una salida. Una inmaterialidad a donde pueda lanzarse algunos días, para regresar muy pronto y mucho más tarde en el mismo segundo de partida. Las huellas de su antigua habitación llenan las paredes, como fantasmas de muebles desaparecidos tras un rastro de moho. Se siente trasladado a una nueva habitación, con sombras a su alrededor que le hablan del pasado. De la misma manera que antes, cuando descansaba en los muebles de roble macizo, siente que algo suyo, etéreo y volátil, no como un alma o esencia inteligible, sino como la conciencia sensitiva, corporal, de cada célula de su cuerpo, descansa sobre esas sombras de moho, aliviándose por un instante de su pesadez. Sísifo rueda ahora libremente hacia lo alto de su colina. Se libera de su roca, eleva su vista al cielo, se sumerge en la placidez aérea del sueño primordial y las ventanas de su nariz se dilatan. ¿Humanidad libre y exaltada en eternidad durante un segundo? No: cuerpos famélicos que caen al vacío y estallan contra el asfalto.


Epitafio

Yo nací un día olvidado por el tiempo y la memoria, sin santos patronos o festividades ni recordado por efeméride alguna. Otros niños nacieron, los adultos concibieron y los viejos murieron, como siempre.

Emergí en un cuarto de hospital, esterilizado después de mi partida para recibir nuevos nacimientos, nuevas despedidas. Mis padres celebraron mi existencia y vieron en mi rostro la repetición maquinal de sus gestos.

Crecí el promedio justo. Me reproduje. Lloré la muerte de mis seres queridos, como el huésped transitorio de una silla que se mece hasta el infinito.

Yo nací un día en que el mundo se detuvo para tomar impulso, inmóvil en una potencialidad jamás consumada, en un presente hecho de sombra, opacado por la trivialidad. Y ahora desaparezco lentamente, prolongando la continuidad del círculo que me adormece, asimilando con resignación el sueño preconcebido que me esperaba desde el origen.