(Bogotá, 1980) Escritor y profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Biblioteca Pública Julio Mario Santo Domingo, dictando talleres para jóvenes y adultos.
Sísifo
En un rincón húmedo de su habitación desamoblada, víctima de un tedio crónico y progresivo, el oficinista contaba los segundos que le quedaban antes de reemprender sus labores diarias. Dos botellas vacías y una compañía cuyo recuerdo se nublaba en su memoria, eran el saldo, quizá vagamente deseado, de una noche que se iba de su vida con más rapidez de lo que tardaba en asomarse la luz de la mañana. Por las ventanas se filtraban los rayos solares, vistosos como espadas de luz cruzando la habitación de un lado a otro, entre efluvios de pasión y ebriedad. La vida se desgajaba en trozos de tiempo, en segundos veloces que el oficinista sopesaba mentalmente, aferrado a la idea de escapar por un instante, un instante lo suficientemente breve como para no apartarlo de sus obligaciones, pero lo suficientemente intenso como para hacer parecer insignificante el tiempo desperdiciado en ellas. Un instante de voluntad, más que de tiempo. Envidió la suerte de la amante barata que acababa de robar su apartamento y llegó a ver en ella una gloriosa humanidad, desafiante frente a la reiteración monótona de lo que se cree seguro. ¿Humanidad libre y exaltada en eternidad durante un segundo? No: cuerpos famélicos que hurtan el pan y se esfuman sobre el asfalto.
Mareado por la incesante repetición del mismo segundo fugaz, el oficinista se incorpora y camina hacia los cuatro rincones de su habitación, uno después de otro. Quiere alejarse lo más posible del centro, como un Sísifo que ahora da vueltas alrededor de su roca. Sueña una salida. Una inmaterialidad a donde pueda lanzarse algunos días, para regresar muy pronto y mucho más tarde en el mismo segundo de partida. Las huellas de su antigua habitación llenan las paredes, como fantasmas de muebles desaparecidos tras un rastro de moho. Se siente trasladado a una nueva habitación, con sombras a su alrededor que le hablan del pasado. De la misma manera que antes, cuando descansaba en los muebles de roble macizo, siente que algo suyo, etéreo y volátil, no como un alma o esencia inteligible, sino como la conciencia sensitiva, corporal, de cada célula de su cuerpo, descansa sobre esas sombras de moho, aliviándose por un instante de su pesadez. Sísifo rueda ahora libremente hacia lo alto de su colina. Se libera de su roca, eleva su vista al cielo, se sumerge en la placidez aérea del sueño primordial y las ventanas de su nariz se dilatan. ¿Humanidad libre y exaltada en eternidad durante un segundo? No: cuerpos famélicos que caen al vacío y estallan contra el asfalto.
Epitafio
Yo nací un día olvidado por el tiempo y la memoria, sin santos patronos o festividades ni recordado por efeméride alguna. Otros niños nacieron, los adultos concibieron y los viejos murieron, como siempre.
Emergí en un cuarto de hospital, esterilizado después de mi partida para recibir nuevos nacimientos, nuevas despedidas. Mis padres celebraron mi existencia y vieron en mi rostro la repetición maquinal de sus gestos.
Crecí el promedio justo. Me reproduje. Lloré la muerte de mis seres queridos, como el huésped transitorio de una silla que se mece hasta el infinito.
Yo nací un día en que el mundo se detuvo para tomar impulso, inmóvil en una potencialidad jamás consumada, en un presente hecho de sombra, opacado por la trivialidad. Y ahora desaparezco lentamente, prolongando la continuidad del círculo que me adormece, asimilando con resignación el sueño preconcebido que me esperaba desde el origen.
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