El Festival de Narrativa y Poesía, Ojo en la tinta, es un evento literario independiente que se realiza en la ciudad de Bogotá, Colombia, desde el año 2009. Este busca encontrar y difundir nuevas voces en la literatura colombiana y latinoamericana. El festival es organizado por el Colectivo Literario La Raíz Invertida.

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lunes, 13 de febrero de 2012

Diego Valbuena



Estudiante de Licenciatura en Lengua Castellana de la Universidad Distrital (Bogotá). Ha publicado cuentos en las revistas Rilttaura (Universidad Nacional), Movimiento (Universidad Santo Tomás) y la revista digital El puñal (Chile). Textos publicados en la antología de cuento urbano Cenizas en el andén (Bogotá, 2009); y Letras capitales: Talleres literarios "Ciudad de Bogotá" (Bogotá, Común Presencia Editores: 2010). Integrante de la Revista Gavia (Universidad Distrital), y La Ventana: Soluciones imaginarias (Universidad Nacional).


DISLOCACIONES TEMPORALES

Supongamos:

Hoy usted decide salir de su casa (y no tenía que hacerlo)
Tome el camino hacia la derecha (realmente debía salir hacia el frente)
Camine 20 cuadras (nunca camina más de cinco)
Entre a una tienda y compre unos cigarrillos (así no se los vaya a fumar)
Pague y no reclame el cambio (así le insistan, cosa que no creo que pase)
Baje la mirada y camine sin detenerse durante 30 minutos (evitando el contacto visual con la gente)
Tome un bus (evitando la reflexión de la ruta, la dirección, el paradero)
No se siente (así haya sillas vacías)
Espere la mayor cantidad de tiempo (así no reconozca el lugar)
Bájese (así sienta pánico)
Camine hasta una esquina y quédese ahí (si quiere de pie, o se puede sentar en el andén)
Encienda un cigarrillo (así no fume)
Observe las personas que pasan a su lado (reparando en su forma de caminar y de mirar)
Piense si se parece a alguna de las personas que ha visto (en los gestos, el tono de voz, la manera de llevar la ropa)
Tome nota (escrita o mental)
Arroje la colilla (se puede estar quemando los dedos)
Considere lo que usted no quiere ser/hacer de lo que ha visto en las personas que han pasado frente a usted (así sean cosas que usted jamás haya hecho/sido)
Ubíquese (si tiene buen razonamiento espacial)
Comience a caminar hacia el primer lugar conocido que recuerde desde donde está (espero que conozca su ciudad)

Elija
Tomar camino hasta su hogar a pie
Tomar un bus
Tomar taxi
Quedarse ahí curioseando más personas para ampliar su reflexión
Preguntarse
Si seguir estas instrucciones es algo sensato
O atrevido
O estúpido
Si puede suceder como azar
O como determinación
O por sugestión

Resuelva
Si leer lo que ha leído le causa curiosidad
O tedio
Si en su vida sus acciones son azarosas
O tienen toda su atención al punto de hacer consciente cada uno de sus pasos
Desde la puerta de su hogar
Hasta el momento en que regresa a él

Considere
Si el tiempo que invierte en su vida
Lo mide
O si usted es medido por el tiempo
Si arrojarse al azar y a la ausencia de tiempo
Le emociona
Le tensiona
Le es indiferente
Le parece ridículo

Ahora bien:
¿Y si se abandona cuando conteste al teléfono (fijo o celular)?
¿Y si deja que sus conversaciones virtuales tomen derroteros no pensados?
¿Y si por un instante
sólo uno
(no es necesario más)
deja de pensar?



USB

Venga, présteme su memoria.
Mi memoria, mi memoria... Comienzo siempre buscando en mis bolsillos, luego en mi maleta, luego me rasco la cabeza y digo: ¿dónde la habré dejado?
Trato de recordar si extraje algún archivo antes de salir de mi casa, o cuando entré al café internet de la esquina, o si tal vez comencé a jugar con ella mientras intentaba recordar lo que había hecho apenas ayer. Porque hay días en que no recuerdo lo del día anterior, ni lo que hago, ni lo que digo ni mucho menos lo que me dicen. Y por ahí va la cosa. Los que me conocen se enfadan cuando me dicen: "¿se acuerda que ayer lo hablamos?" o "sí, eso fue conmigo". Hay días en que despierto y no recuerdo qué día es. Mientras desayuno no recuerdo qué debo hacer, mientras me baño no recuerdo a dónde debo ir. Pero sí puedo recordar ciertos datos que tengo refundidos en mi cabeza: el desierto más árido, el de Atacama; la capital de Finlandia, Helsinki;  el volumen de una esfera, cuatro pi ere al cubo sobre tres; la primera película de George Clooney, el regreso de los tomates asesinos. Nunca recuerdo el cumpleaños de mis amigos, el nombre de quien conozco recientemente ni la primera vez que dije mentiras. ¿Será que estoy mintiendo ahora? 
Por fin, encuentro mi memoria en uno de los bolsillos de la chaqueta (y no recuerdo cómo llegó hasta allá). He corrido con suerte esta vez, pero estoy seguro que llegará el día en que la pierda definitivamente. Recientemente he deseado tener instalado, detrás de una  de las orejas, un puerto USB para tener a la mano mi memoria y estar seguro de saber dónde la llevo puesta. Pero, ¿y si lo olvido?


jueves, 12 de enero de 2012

Tatik Carrión


    Gestora Cultural, escritora y docente. Directora del Encuentro de Escritores "Fuerza de la Palabra".
    Difunde el trabajo literario y artístico de jóvenes y maestros colombianos por medio del Programa Radial Tertulia Poética y de la Asociación Zona de Arte Alternativo.
    Algunos de sus textos han sido publicados en diferentes antologías. Actualmente prepara la publicación de su primer libro que reúne poemas y cuentos cortos.



EN EL GRANERO

A Antonino Ramos y a mis hermanos y primos,
compañeros de los juegos que nunca gané.

Hace muchos años murió mi abuelo. Vivía en esta casa gigante de madera que traqueteaba con cada paso y con cada cosa: con el sol, con la lluvia, con mis pasos bruscos y con sus pasos suaves cuando él, espiaba a mi abuela en el tocador.

Aquí crecimos todos. Aquí y en el granero. Claro, el granero. El lugar de las pesadillas por donde corríamos todos con sudaderas idénticas pero de diferente color mientras jugábamos a las escondidas.

―Dieciocho, diecinueve, ¡veinte!... ¿Ya? ¡Salgo a buscar!

Los ojos brillantes en la oscuridad. La respiración de todos como un eco danzante. Los pasos del buscador hacían que el frío se me metiera por los oídos y me zumbaran los miedos. “¿Qué tal que no me encuentren? ¿Y si mis hermanos se van y me dejan sola? ¡Ay no! ¡En el granero asustan!”.
Pasaban los minutos y nada de nada. Poco costaba decir: “¡Estoy detrás del molino viejo... donde hay una mesa llena de cajas, de herramientas y trapos…! Pero así no era el juego, había que esconderse y escuchar al silencio señalándome y haciéndome recordar los pequeños robos con mi amigo imaginario. Los nervios me hacían dar ganas de orinar... me voy a orinar, me voy a orinar, pensaba una y otra vez”.

―¡Un, dos, tres, por Orlando que está detrás del tractor!

―¡Un, dos, tres, por César que está detrás de la puerta café!

A Sandra y a mí, no nos han encontrado... ella está con Raúl en el cuarto de las herramientas del abuelo. Afuera se escucha la música y las carcajadas de los tíos. Es diciembre. Me gusta diciembre porque vienen todos mis primos y jugamos y reímos.

Mis tíos toman cerveza y bailan. Mi abuela cocina generosamente y mi abuelo, conversa con mi papá y algunos tíos. Hace un rato lo vi reír. Cuando sea grande, quiero aprender a bailar, para invitarlo a la pista que es la sala de la sala de su casa; además porque él cumpleaños el 31 de diciembre…Todo está oscuro y pienso en mi hermanito, es un bebé que debe estar con los otros bebés tratando de dormir con este ruido. Bueno, por lo menos él se puede mover y hablar; en cambio yo acá, con miedo y ganas de orinar detrás del molino viejo que huele a óxido, a metal y a tiempo, sin poder mover la cabeza y cerrando los ojos. No sé para qué los cierro. Tal vez pienso que así ayudo a la oscuridad a hacer sombra. ¡Me voy a orinar!”.

―¡Un, dos, tres, por Sandra y Raúl que están en el cuarto de las herramientas!

Solo falto yo. ¿Por qué mi hermano no me encuentra? ¡Acá estoy! Por aquí atrás… en el hueco. Susurran. Los escucho hablar suavecito y reírse, creo que mis primos le están revelando mi guarida a Giovanny…pero él sigue de largo y no me ve. ¡Ay no! ¿Qué hago? ¿Qué tal si me muevo para darle una pista? ¿O si mejor gano el juego? Pero es que... yo nunca he ganado...Ay, Dios, me voy a orinaaarrr, ya no aguanto… me asfixio. El molino me quita el aire y su olor se mete por mi nariz para hacerme llorar por los recuerdos... mejor voy a mover el molino, ¡aunque está muy peeeeesaaaaaadoooo!

El estruendo fue tremendo. Mis primos y hermanos, corrieron como locos escapando de las benditas almas del granero. Quedé sola en medio del silencio y perdí de nuevo…


Ahora que he vuelto, y cuando el granero solo es un lote baldío sigo con la misma pregunta de siempre: ¿Mi abuelo habitará este lugar que todos hemos perdido?




lunes, 26 de diciembre de 2011

Jorge Andrés Acevedo

Nació en Bogotá en 1986. Egresado del taller de escritores de la Universidad Central, taller de escritura creativa de la Universidad de Los Andes y el taller de creación del Gimnasio Moderno. Estudia literatura en la Universidad de los Andes. Actualmente trabaja en la edición de su novela La devoción del destierro. Ha sido incluido en las antologías: Melodía de los colores (España); Antología de poetas condenados (Argentina); antología Libro solidario por Haití (España); Antología Pas de deux (Francia) y en el diccionario latinoamericano de poetas (Revista Libros y Letras). En internet ha publicado el libro de relatos eróticos Usos de la lengua (libro virtual) y el poemario Tiempo de sentir (Bubok).

Felinofágos

Anoche vi dos gatos. Buscaban la soledad de las sombras y se pasaban la lengua por el lomo. De verdad parecían dos gatos.  No se arañaban pero parecían estar sufriendo. Iban de un lado a otro, el susurro de sus pasos tejía con delgados hilos. Trataban de no mojarse pero se humedecían el cuerpo con sus bocas. Sí, de verdad parecían dos gatos.
Los vi saltando en los tejados, se quemaban el cuerpo con el vapor de las chimeneas. Por un rato los vi cansados. De verdad parecían dos gatos. Fueron por muchos lugares, llegué a creer que estaban perdidos. Se empujaban hombro contra hombro, porque ahora los gatos tienen hombros y los vi reírse. Sí, de verdad parecían dos gatos.
Estaban sedientos. Los gatos estaban sedientos y corrían silenciosamente entre las sombras haciendo un ruido insoportable. Eran oscuros, negros, gatos de mala suerte a quienes de lejos se les veía el resplandor de la risa. Cuando encontraron agua siguieron riéndose a carcajadas tal y como se ríen los gatos: mostrando una lengua rosada y con una expresión violenta como si en lugar de felicidad mostraran su rabia. Realmente parecían dos gatos.
Cuando bajaron de los tejados corrieron al parque. Allí los vimos. Otros como yo dejaron de hacer lo que hacían solo para ver los gatos, extraña novedad ver dos gatos a tal hora ignorando la gente. Dos gatos que parecían ser gatos. Los gatos no se daban cuenta de nosotros, corrían de un árbol a otro, fugaces como disparos negros, silenciosos como la luz que llega sin trueno. Lo juro, esos gatos parecían dos gatos.
No se daban cuenta de nosotros, ellos solamente se miraban sus pupilas. Las pupilas eran grandes, color ámbar y en la oscuridad del parque parecían faros desubicando a los navegantes. Navegamos un rato viendo los gatos acostándose en el pasto, revolcándose como árboles que han caído de sus hojas. Los gatos eran sordos, y parecían dos gatos.
Después del primer beso los gatos parecieron polvo, se fueron elevando como una maraña de ramas arrastradas por el viento. El viento nos arrebató los sombreros, los paraguas y las ganas de verlos. Quedó la oscuridad, el silencio, la soledad y todas las cosas que estaban buscando.  Antes de la lluvia vi muchos reanudando su marcha, otros corrieron anunciando los males del invierno. Quedamos unos cuantos viendo los dibujos negros que se hacen en un parque cuando llueve de noche.

viernes, 14 de enero de 2011

Diego Ortiz


Estudiante de Licenciatura en Lengua Castellana de la Universidad Distrital (Bogotá - Colombia). Finalista en el II Concurso Literario Umpalá (2005). Ganador del I Concurso de Escritores de la comunidad Arihua.net (2005). Ganador del concurso Bogotá: Historias Paralelas (2008), proyecto de Bogotá capital mundial del libro. Ha publicado cuentos en las revistas literarias Gavia (Universidad Distrital), RILTTAURA (Universidad Nacional) El puñal (Chile) y Palabrero Virtual (Colombia).Publicación de cuentos en la antología Cenizas en el andén (Bogotá, 2009).  Director de la revista Gavia (Universidad Distrital - Bogotá).


ATEMPORAL

Usted lo verá todos los martes a las cuatro y cincuentaiséis en la entrada del local, esperando a Marquitos para recibir el ejemplar semanal del Magazín Atemporal, una revista dedicada exclusivamente al olvidado mundo de las piezas de relojería. No crea, yo me hice la misma pregunta: ¿Por qué va luego al parque de la esquina a buscar tornillos y comida en las bolsas de la basura? Pues, usted sabe, a mí no me gustan los chismes, pero por ahí me enteré de algunos detalles. Doña Mercedes, sí, la que vive a tres casas de la suya, me contó que lo conoce hace muchos años, desde antes que él se la pasara recorriendo las calles sin destino alguno. Eso sí, siempre ha sido tan flaco y desgalamido como lo acaba de ver. Por allá hace como seis meses ella lo invitó a un café en la panadería de la otra cuadra y él le contó su vida sin tapujos. Hasta nombre sonoro tiene, pues se llama Raúl Echeverri. Yo, la verdad, creo que se lo inventó. Pero lo importante no es su nombre sino sus manos.
Vea usted que ese Raúl fue el mejor relojero de la ciudad, por allá hace unos veinte años. Aprendió a desarmarlos y a repararlos de muy joven pues, según le contó, abandonó el colegio a medio camino para dedicarse a algo que, por la seguridad de sus propias palabras, le apasionaba profundamente desde su niñez. Aprendió solo, ¡imagínese!, con las revistas que le regalaba el señor Bustamante, sí, el papá de Marquitos.
Ahí donde lo ve, el Raúl era todo un genio para la cuestión, de hecho dejaba los relojes –los de pulso, los de pared, hasta el de la iglesia– como si nunca hubieran marcado tiempo alguno.
Pero vea usted cómo es de irónica la vida.
Un día, mientras trabajaba ya en la relojería del señor Bustamante, conoció a una joven muy hermosa y adinerada que le llevó un reloj costosísimo, traído por allá de donde se la pasan haciendo relojes, todos ellos obsesionados con el tiempo. ¿Sí, esos mismos! Los que dejaron ahí un reloj en una columna en el parque del señor Olaya. Al entregarle la reliquia familiar dizque le dijo que él y sólo él podía repararlo. Claro, ¡imagínese el rostro de Raúl!, ese hombre se sentía todo orgulloso por su reputación, pero hasta ahí nada del otro mundo. Lo que sucedió es que el Raúl se enamoró de la joven, de sus muñecas delgadas según contó, y ahí doña Mercedes hizo como caras y muecas, pero al final me lo dijo medio avergonzada, que ellos tuvieron muchos encuentros concupiscentes. ¿Cómo se enteró doña Mercedes? Ah no, eso sí se lo dejo a usted, que es mejor que yo para averiguarse los detalles.
El punto es que, después de haberle arreglado todos los relojes de la casa como unas diez veces, una tarde, faltando cinco para las cinco, llegó el marido de la joven a la relojería del señor Bustamante, un tipo grueso y falto de modales, no precisamente por una reparación de relojes, sino por una restitución de tiempo. No se haga el tonto que usted me entiende. Claro, el tipo no fue solo, apareció con otros que parecían matones –matones, esa fue la palabra de la señora Mercedes, y vea que no se equivocaba-, sacaron al pobre de Raúl del local a las malas y en el callejón que queda ahí al lado lo golpearon hasta desfigurarlo y el tipo ese, al final, le cortó dos falanges del índice de la mano derecha.
¡No, si usted viera! Raúl se puso a llorar con una tristeza desbordante frente a doña Mercedes, porque sin esas falanges nunca pudo volver a ejercer su labor con la destreza que lo caracterizaba. La clientela se desvaneció y el señor Bustamante cerró la relojería. ¿Raúl? Véalo. Era lo único que sabía hacer, y lo hacía a la perfección. El pobre terminó viviendo en la calle, medio loco, obsesionado por la hora, y desde que vio entrar acá a Marquitos viene puntual, todos los martes a las cuatro y cincuentaiséis, esperando recuperar un espacio olvidado y atemporal.

Ingrid González


Nació en Bogotá, Colombia (1990). Cuentista, cronista y algunos dicen que poeta. Ha realizado estudios sobre creación literaria en el Taller de Crónicas Barriales (2007), en el Taller de Escritores U. Central (2009) y en el Taller Virtual de Escritores (U. Central y Fundación Gilberto A. Avendaño).
Primer puesto en el concurso de ensayo de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño con el tema “Literatura, cultura y paz en Colombia” (2007). Jurado en el Concurso de Cuento, Poesía y Artes Gráficas del SENA (2009). Ha publicado crónica en la Antología de Crónicas Barriales y en la página web de la Biblioteca Luis Ángel Arango (2007), como poesía en la revista Gavia (U. Distrital, 2009), y en el libro Poesía Colombiana (La Esquina Ediciones, 2009) y Antología de letras y exlibris (Ediciones La Máquina Gris y Liga Latinoamericana de Artistas, 2010); además de algunas publicaciones virtuales.
Ha sido invitada a diversos recitales de cuento y poesía en diferentes bibliotecas y locaciones.
Actualmente cursa un pregrado en la Universidad Pedagógica Nacional. 


Tríptico de un miserable en una noche de almohadas negras.

Esta noche, siento que tu felicidad me reseca; además de otras cosas. Me reseca este cuerpo, esta cabeza inquieta, que, floja, intenta abandonarse a cualquier elemento no maleable.
Y tu sonrisa, me da asco la forma de tu sonrisa, el acomodo de los dientes en tus labios de látex que filosos se zarandean entre un ambiente dietético, vegetal y estático. Eso también me reseca; Anie, tú me resecas. Tú y lo que representas: espacios de anciano y risas de plástico.
La calle, desde un alto edificio en una ciudad más puta que Paris, pero menos escandalosa que Las Vegas, parece un brote de llagas rojas, verdes, amarillas, grises y negras. Lo noto, tanto, que las siento crecer, formarse en los corpúsculos de mi piel para que luego, ante cualquier misericordiosa brisa, exploten creando más a su alrededor. Estoy contaminado, empalagoso y reseco de nuevo.
Jhon dice que soy un “existencial”. Puede que sí. Puede que tenga ganas de saltar y atrapar esas llagas con mi cuerpo, antes de que ellas lo hagan por mí…
Ha llamado mucho últimamente, y sé que evita el tema “Anie”. Aunque yo lo busco. Quizá porque algo me dice que ambos acaban de compartir la misma cama, y después de dos polvos, me recuerdan. Sí. El idiota “existencial”. El reseco, idiota, existencial. Hay que llamarlo. Tal vez no conteste. Se ha matado, al fin, lo ha conseguido…
El recuerdo de un guiño en la calle me hace pensar en una puta. Quizá una revolcada me reanime.


***

El cuarto, hediondo a exceso, me repugna. La mujer con la boca medio abierta revienta de placer en mi pecho. La cama es frágil, usada, temo caerme. Tiemblo al pensar en caer con ella encima, con la carne magullada que me ha alimentado en las últimas dos horas…Soy basura que come basura, una especie de caníbal que ha encontrado su pedazo. ¿Querré más?
El dinero lo he dejado en la almohada. Gracias puta divina, pienso, y ella reacciona veloz y me hala a la cama. “No tengo más dinero”, susurro con una voz que siento sale más de su garganta que de la mía. Un control que ha obtenido sobre mis sonidos, aún permanece intacto. Me ha robado el audio. Pero no me importa, al final pienso que me hace un favor, ¿qué tiene más validez, hablar con una puta, o hablar como una de ellas?
“¿Qué piensas?”, pregunta con mi voz. O con la suya. “Lo mismo que tú”, le contesto. Lástima, no entiende que ahora yo soy ella. No entiende que mi cabeza se ha colocado entre su vientre y su espalda, entre la atmosfera de placer de su catre y la esterilidad de sus almohadas negras, sordas y congeladas. Almohadas que no saben nada, pero lo han sentido todo.
La mujer se levanta desnuda y trae una jeringa consigo. “¿Quieres?”, me dice mordiéndose los labios. Ante mi estúpida y no infundada impavidez, sonríe casi gimiendo: “Me gusta que me inyecten”. Así que lo hago. El líquido parece pasar de las venas en sus brazos hasta llegar a mi cabeza en su vientre. Y entonces veo a Anie, la veo en cada burbuja sucia que ahora me entretiene, pero no está sola, Jhon la acompaña, ambos tienen una almohada negra en lugar de cabeza, y se frotan entre sí, contentos, sonriendo con dientes de hilo. Me resecan. Su felicidad me reseca.   

***

Me veo como un feto que sale de las piernas de Anie. Vomito. Vomito sobre toda la cama de mi prostituta, pero ella con la poca conciencia que tiene se resigna a arrastrarme al baño. Allí, dejo caer mi cabeza en el inodoro…Y lloro, lloro como lo sentiría el feto abortado.
“Estás hecho una mierda”, me susurra al oído con un ligero gesto de desaprobación, como si me considerara muy débil o muy desgraciado.
Ya afuera, camino hacia el edificio. La madrugada comienza a desvanecer la noche, como una orgía de chulos que, satisfechos, van desapareciendo.
Al entrar, huele a sexo y a cigarrillo. Pienso que debo ser yo, el ‘existencial’, que se ha agotado entre olores, humos, burbujas y felicidad de plástico, y dientes negros de almohadas de hilo. Pero no, no soy yo, es Jhon que fuma en la sala. 
No lo determino. Camino hacia el balcón. Él me sigue hasta buscar mi rostro para hacer un guiño de despedida. Tira el cigarrillo al vacío y se larga. Pienso que debe hacer lo mismo con Anie, chuparla y lanzarla a la nada.
El frío es pasmoso. Me siento como un cadáver que recibe una descarga eléctrica. Deseo mi cama. En ella, Anie no duerme, me espera con una de sus sonrisas plásticas. “¿Se ha ido Jhon?”, dice con desasosiego. Asiento con la cabeza y me acuesto a su lado. “Anie, ¿puedo fumarte?”, digo de repente. “Sí, pero más tarde. Ahora estoy cansada”.

jueves, 6 de enero de 2011

Raúl Harper


Escritor colombiano autor del libro de cuentos Vagabundos V.I.P. (2007). Relatos suyos han sido publicados en diversos medios impresos y virtuales de Iberoamérica. Mención de Honor en el Concurso Regional de Cuento Johann Rodríguez-Bravo (2009). Realizó algunos estudios de Historia en la Universidad de Los Andes y de Gobierno y Relaciones Internacionales en la Universidad Externado de Colombia. Ha realizado estudios en creación literaria en los talleres de cuento y novela de RENATA Bogotá y en el Taller de Escritores de la Universidad Central. Desde 2009 dirige los talleres de Creación Narrativa en Luziernaga Café Libro.

Monyis

Todos sabemos lo posible de levantarnos un día y descubrir junto a la cama al monyi del vecino con el periódico entre los dientes, impaciente porque leamos algo. Dicha eventualidad me sorprendió está mañana. Mi primera reacción consistió en atribuir el hecho a la resaca y arrojar el periódico al suelo. El monyi gruñó y gruñó y yo me puse la almohada en la cabeza para no escucharlo. Entonces sentí un lametazo en la planta de mi pie derecho, que me hizo reír y decirle: “Está bien, voy a leerlo”. La verdad no tenía la intención ni el interés de hacerlo, así que me levanté, recogí el periódico y me lo llevé debajo de un brazo a la cocina. Él me siguió y se sentó cerca de la nevera a mirarme preparar el desayuno. Le di una galleta de soda que masticó ruidosamente, y un poquito de leche en un recipiente plástico que terminó por derramar. Preparé con calma un chocolate y huevos revueltos, y hasta me tomé mi tiempo en exprimir unas naranjas. Comencé a comer de pie, observando al inusual y obstinado visitante. A lo mejor su amo lo estaría buscando y así se lo dije, pero claro, no entendió. Jugué con él un poco: tomé el periódico e hice maña de arrojarlo a la caneca de la basura. Al verme gruñó con tal ímpetu que temí que me mordiera. “¡Porqué es tan importante para ti?”, le grité, y caminé de regreso a la cama. De nada sirvió el reclamo. Me acosté, di una mirada a la puerta de la habitación y ahí estaba él, con el periódico entre sus dientes, dispuesto a no irse.
Hice lo más lógico: dirigirme a la casa de mi vecino. La puerta se abrió y le dije que había encontrado algo suyo. Cuando vio al monyi se agachó para acariciarle el lomo, agarró el periódico y se levantó a entregármelo. “No es mío”, dije. “Tampoco mío”, respondió. Lo puso en mis manos y cerró la puerta sin decir más. Desconcertado crucé la calle, dejé el periódico en un buzón cualquiera y regresé a casa dispuesto a dormir otro rato. Al abrir la puerta encontré a otro monyi junto al sofá de la sala, con un periódico babeado apretado en su mandíbula. “A ti también te llevaré con tu dueño”, le dije. Salí de casa, seguro que al igual que el anterior me seguiría adonde fuera.  
Por las calles del barrio las personas iban de un  lado a otro, cada una con un monyi a cuestas cargando un periódico que nadie deseaba leer. A lo mejor en la primera página diría algo así como “¡Los monyis se toman el poder!” o “¡Los monyis son extraterrestres!”. No me importaba en absoluto. Sea lo que fuera, jamás, jamás lo intentaría leer.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Marcelo Del Castillo


Antes que escritor marginal como toda la literatura que se ha escrito en el mundo, soy un lector infatigable, caótico y disperso. Leo hasta los papeles caídos en las calles, de los cuales considero un potencial detritus universal con el cual escribiré un libro invencionario de ficciones recicladas de esa misma realidad, haciendo una especie de ecología literaria: contribuyendo así disminuir una infimomillonésima parte la basura con la que estamos indiferentes ahogándonos junto con el planeta entero.De la dramaturgia audiovisual me apropie de sus técnicas de elaboración creativa para utilizarlas en la escritura de mi ópera prima de novela "EL SUEÑO DEL PERRO" , ante la imposibilidad de una puesta en escena de un guión original donde personajes buenos quieren hacer maldades y sus tentativas generan situaciones de risa: es una comedia que contiene conexiones temáticas con el género de la novela negra.También mantengo actualizado el blog con casi toda la información literaria que produce la lengua,y por supuesto, la imaginación: Del Castillo Literario.blogspot.com"
Un aforismo como filosofía de vida: " Yo quería regalarle al mundo, una palabra. Como no pude, me hice escritor": Stanislaw Jercy Lec. Polaco. Aforista de aforistas. Escapó de un campo de exterminio alemán
vestido de soldado nazi.


Una noche en la oficina

"Ese vestido entubado le ciñe ese espléndido culo que tiene" pensó al verla que se dirigió hacia el archivo, después de entregarle la carta que tanto le había recomendado.
Abrió uno de los anaqueles pesados con tantas carpetas de la correspondencia, las facturas y las órdenes de pedidos que ya no se realizaban. Dio un vistazo a la ventana abierta, oyendo el rumor de la noche en la ciudad, los bocinazos de los autos afuera en la avenida concurrida, los gritos de niños que avanzaban de la mano de sus madres, hombres sin empleo que pasaban lamentándose. Mujeres que riendo a carcajadas, seguramente se contaban sus amores. "Cómo deseo salir a divertirme esta noche", pensó, pues vivía sola. Su rutina era de la casa a la oficina y otra vez a la casa. No tenía vida social como se dice. Cuando consiguió ese trabajo de secretaria, él la eligió entre tres porque sabía tomar notas rápidas en taquigrafía. Además, sabía escribir a máquina sin mirar el teclado. Era otro tiempo. La oficina estaba en otro edificio, al lado, había más trajín por la abundancia de pedidos y la prosperidad que no duró mucho: por eso él le dijo que iba a deshacerse poco a poco de tanto personal, y que se reducían a un simple cubículo que ya lo tenía visto al lado. No necesitaba más .Así fue. Porque ahora llegaba la crisis.
Ella desde esa remota tarde cuando la contrató lo vio, se maravilló de ese porte suyo: rubio, con esa carrera al lado. Joven y apuesto. Un ejecutivo deseado que hacía suspirar a tantas mujeres.
Él observó nervioso el sobre del banco. Pensó que si no le extendían el crédito tendría que cerrar la oficina. "Qué hago con ella", se preguntaba expectante, mientras sentía que ella estaba al lado del archivo revisando carpetas inútiles, más por saber de qué se trataba. Ella se apuró a preguntarle:
"¿Es del banco?"
"Sí, del banco"
"¿Y?"
"Vamos a ver qué dicen"
Ella se acercó, sintiendo el penetrante perfume de la colonia. No sabía que marca era esa rara colonia que el usaba. Miró de reojo la piel blanca, apenas cuarteada por mínimas heriditas de la cuchilla de afeitar. Bien rasurado. Él terminó de abrir el sobre, y leyó mentalmente. Abrió más sus grandes ojos verdes. Hizo un gesto de alivio diciendo:
"Extienden el plazo del crédito, pero castigan subiendo el interés sobre la mora".
Le extendió la carta con membrete del banco. Ella sonrío. Pensó abrazarlo y besarlo. Tan lejos y tan cerca, se dijo.
Con la hoja en la mano por hábito se devolvió para archivarla.
Él extrajo un puro. Con paciencia lo mordisqueó y lo encendió dando grandes bocanadas. El aroma del humo empezó a invadir el ambiente de la estrecha oficina.
Ella se decepcionó. Ahora buscaba en la carterita el dinero del pasaje para ir a su casa, donde nadie la esperaba.
"¿Dónde reside Gertrude?", preguntó él.
"Casi en las afueras. Tengo que apurar porque en diez minutos pasa el último bus que me lleva"
"No se preocupe yo la llevó"
Ella volvió a guardar el dinero en la carterita y suspiró esperanzada.

martes, 21 de diciembre de 2010

Jorge Osbaldo


Entre el brillo de la estrella de David y la sombra de su espíritu loco, es un cuento de ángel con garras de gato, es un Piscis embriagado con vino de Tauro. Tiene en la sangre el campo del pueblo Siachoque. Admira las piedras, los árboles, el álamo, el pino, y de las flores, el girasol, el anturio, la flor amapola.
Ha sido ganador de concursos literarios, entre ellos, el Concurso Distrital de Poesía y Cuento – Ciudad de Bogotá 2008 promovido por la fundación Cultural el Pretexto y el programa Literarte. Participante en varias publicaciones, es autor  del libro de microcuentos y aforismos “Voces y Piedras” 2008.

Microcuentos incluidos en el libro inédito “Hojas de árboles”.

Profético
El árbol que no recordaba su nombre tuvo un sueño: soñó que luego de sufrir la tortura del hacha, terminaba siendo la cruz donde moriría un hombre coronado de espinas.

Visionario
-Yo, Seudek, el apóstol que duerme en el cuero de una vaca, observé que los cayados, incluido el de Moisés, regresaban a sus árboles. Y ahí, a esperar que otras manos los empuñaban de nuevo en los caminos.

Último instante
Solemne y dejando escapar dos lágrimas, el roble de la montaña elevó los ojos al cielo. Instantes después, sintió los dientes de la motosierra.

Amantes
-¡Te amo! -le dijo María Magdalena, ya ebria de pasión y vino. Se levantó y caminó hacia el bosque de higueras jóvenes.
El hechizado amante suspendió las parábolas.



Reloj despertador

El reloj lo despertó a las cuatro en punto de la madrugada. Se desperezó. Luego, como siempre, se dirigió  a la ventana y recogió las cortinas. Se quedó mirando  la calle desierta donde sólo el viento con el látigo parecía abordarla.
Habría pasado dos minutos y ya iba a dirigirse al baño, cuando a través del vidrio enfocó un rostro de mirada gélida y una mano apuntándole con un revólver. Sólo fue un instante, pero alcanzó a ver que del cañón brotó fuego y al mismo tiempo sintió varios impactos en el pecho. Se derrumbó. De su boca emanaba el sabor a hierro de la sangre, el aliento subterráneo  de lo agónico. Algún ser invisible comenzó a arrastrarlo hacia un abismo, pero el timbre del reloj lo despertó.

-¡Maldito sueño! -dijo-. Pero menos mal, sólo fue un sueño.

Sin embargo miró hacia la ventana y notó con sorpresa que estaban recogidas las cortinas. Se levantó despacio y fue hacia ella encontrándose de nuevo con el rostro de mirada gélida, la mano y el revólver. Sonaron los disparos y el reloj timbró.

-¡Maldita sea! -gritó-. ¿A caso estoy ante un sueño que repite? ¿En algo circular como en un cuento de Borges?

Eran cerca de las cuatro, faltaban tres minutos para el timbre y ahora sí parecía estar despierto. Dirigió la mirada a la ventana, las cortinas recogidas y un nuevo agravante: el vidrio rotó. El corazón se ubicó en el borde del infarto. Y otra vez el rostro, el revólver, los impactos, la sangre, y un reloj  implacable desbocando los segundos.