Entre el brillo de la estrella de David y la sombra de su espíritu loco, es un cuento de ángel con garras de gato, es un Piscis embriagado con vino de Tauro. Tiene en la sangre el campo del pueblo Siachoque. Admira las piedras, los árboles, el álamo, el pino, y de las flores, el girasol, el anturio, la flor amapola.
Ha sido ganador de concursos literarios, entre ellos, el Concurso Distrital de Poesía y Cuento – Ciudad de Bogotá 2008 promovido por la fundación Cultural el Pretexto y el programa Literarte. Participante en varias publicaciones, es autor del libro de microcuentos y aforismos “Voces y Piedras” 2008.
Microcuentos incluidos en el libro inédito “Hojas de árboles”.
Profético
El árbol que no recordaba su nombre tuvo un sueño: soñó que luego de sufrir la tortura del hacha, terminaba siendo la cruz donde moriría un hombre coronado de espinas.
Visionario
-Yo, Seudek, el apóstol que duerme en el cuero de una vaca, observé que los cayados, incluido el de Moisés, regresaban a sus árboles. Y ahí, a esperar que otras manos los empuñaban de nuevo en los caminos.
Último instante
Solemne y dejando escapar dos lágrimas, el roble de la montaña elevó los ojos al cielo. Instantes después, sintió los dientes de la motosierra.
Amantes
-¡Te amo! -le dijo María Magdalena, ya ebria de pasión y vino. Se levantó y caminó hacia el bosque de higueras jóvenes.
El hechizado amante suspendió las parábolas.
Reloj despertador
El reloj lo despertó a las cuatro en punto de la madrugada. Se desperezó. Luego, como siempre, se dirigió a la ventana y recogió las cortinas. Se quedó mirando la calle desierta donde sólo el viento con el látigo parecía abordarla.
Habría pasado dos minutos y ya iba a dirigirse al baño, cuando a través del vidrio enfocó un rostro de mirada gélida y una mano apuntándole con un revólver. Sólo fue un instante, pero alcanzó a ver que del cañón brotó fuego y al mismo tiempo sintió varios impactos en el pecho. Se derrumbó. De su boca emanaba el sabor a hierro de la sangre, el aliento subterráneo de lo agónico. Algún ser invisible comenzó a arrastrarlo hacia un abismo, pero el timbre del reloj lo despertó.
-¡Maldito sueño! -dijo-. Pero menos mal, sólo fue un sueño.
Sin embargo miró hacia la ventana y notó con sorpresa que estaban recogidas las cortinas. Se levantó despacio y fue hacia ella encontrándose de nuevo con el rostro de mirada gélida, la mano y el revólver. Sonaron los disparos y el reloj timbró.
-¡Maldita sea! -gritó-. ¿A caso estoy ante un sueño que repite? ¿En algo circular como en un cuento de Borges?
Eran cerca de las cuatro, faltaban tres minutos para el timbre y ahora sí parecía estar despierto. Dirigió la mirada a la ventana, las cortinas recogidas y un nuevo agravante: el vidrio rotó. El corazón se ubicó en el borde del infarto. Y otra vez el rostro, el revólver, los impactos, la sangre, y un reloj implacable desbocando los segundos.
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