(Bogotá, 1985) Crítico y
periodista. Profesor del Gimnasio Moderno de Bogotá. Egresado en Literatura
(2009) y Filosofía (2010) de la
Universidad de los Andes. Ha escrito artículos y reseñas para
medios como Alforja y La otra, de México, Revista Poesía, de Venezuela, la Revista
Casa Silva, El espectador, El Tiempo y La Hoja de Bogotá, del que
fue jefe redacción hasta su desaparición, en 2008. Escribe habitualmente para
la revista Arcadia desde el año 2007
y mantiene un blog quincenal sobre poesía y crítica en www.hojablanca.net que se titula “Correos
del diablo”. Es el encargado de las labores de difusión y divulgación de la
temporada de Ópera de Colombia.
Poemas y ensayos suyos han
aparecido en diversas antologías de Colombia y del exterior. Los ecos, su primer libro de poemas, fue
publicado por Taller de edición en Mayo de 2010.
I
Sientes su voz Al fondo
Entre el silencio de los
tallos.
Como un eco de mareas que ahora
vuelve
Y te reclama detrás de la
hierba.
En la ventana.
¿De dónde estas imágenes
Quebradas en secreto?
¿La amarga deriva
Cuando ignoras la calle
Y miras a lo alto?
Un mar te espera
En su amplitud de brazos.
Abriéndote campo acercándote
Las sombras de una danza
usurpada.
Las naves quemadas se alzan al
poniente.
Abren sus velas hacia el
vértigo.
DISPARO
O
sonará un tiro y él pensará: Me he matado…
O
sonará un tiro y él pensará: ¡Soy un asesino!
Vladimir Holan
Verte de lejos.
Con el revés de los ojos.
Reencontrarse en la tierra
blanda
y en las voces de la niebla.
Sólo un disparo
que dispersa los pájaros.
Un solo disparo.
Y en los labios toda la sal de
los naufragios
que nunca se cumplieron.
LA
ARENA Y LOS OLVIDOS
Quien
se habita es el desierto:
su
soledad es nuestra.
Carlos Obregón.
Se han reunido tus recuerdos
sobre el blanco de una imagen,
pidiéndote cuentas.
Qué de esto es tuyo y qué de
los otros.
Dónde comienza el dolor de los
demás.
Tanteando en torno, como
sonámbulo,
buscabas la secreta conexión
entre tu voz y las cosas.
Espejos olvidados en las calles
desconocidas.
Marca de ruinas en tus propias
nostalgias.
Te preguntabas por la herida de
una herencia
-deuda adquirida, lento
derrumbe-,
cuando al final de los caminos
y las rondas
no había nada por comprender,
y así te fuiste habituando a tu
labor de escribano,
en el fulgor de las cosas
perdidas.
Había que construir para
perder.
Darle la vuelta a la comparsa
para quedar tan solo como al
principio.
Había que alzar una escalera a
lo invisible
para aprender a derribarla
después.
Se abrió la puerta, y ahora
miras lo tuyo
en el silencio de lo informe,
pariente de un misterio
perpetuo.
Crearte sobre el polvo de tus
derrotas personales,
tu palabra se volvió una
dolorosa resistencia
para hilar olvidando.
Reírte de tus propios fantasmas
en su vocación
de aparecer, repetirse sin
remedio,
e irse por la última de las
puertas
sin nunca haber estado
plenamente.
¿Y tu, buceador, qué es lo que
buscas,
cuál fue dolor que se perdió en
el fondo,
contra cuál arrecife estallarás
los nervios
en tu afán de claridad?
Deja que los muertos se
concilien con los muertos.
Que el viajero que no fuiste se
realice entre los suyos
y que nunca regrese,
que el estudiante y la señora
de sombrero vuelvan a cometer
las mismas equivocaciones,
que la víctima se cruce por la
calle con su propio verdugo
y que no se reconozcan.
Sombras o fantasmas, unos y
otros pasaran.
Afuera de las márgenes sigue
ocurriendo en calma
la fiesta de los vivos.
Aprender a mirar, verse en lo
otro como otro.
Cantarle a los árboles
para librarse del odio.
¿No oyes la música que envuelve
las montañas en su acenso,
en la balanza de los senos, los
bares,
la música que avanza entre
nosotros
sin miedo o rencor, afuera o
adentro?
¿Un país velado
sin palabras o imágenes
que encubran su milagro?
Escúchala en silencio, no mires
para atrás.
Esta y no otra era tu historia:
el tiempo contemplado en las
dunas de la arena,
soñando en la espuma. El lento
madurar
de los desiertos sin límite.
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