EL ACORDEÓN DE ‘MÚSICA’ URBANA
Era insoportable. Los chillidos de niños, las voces graves de adolescentes, las colegialas practicando su Hau ar yu, los quejidos de los viejos, el llamado de ‘Próxima parada’, el traqueteo de rodillas cansadas, las toses, los estornudos, el abrir y cerrar de puertas; todos los sonidos reunidos en ese acordeón de TransMilenio.
Y mi cabeza a estallar. Hacía tiempos que no me daba una migraña tan agresiva. Estuve a punto de vomitar sentado en la rotonda.
Piufff…fff, pip, pip. Piufff…fff, pip, pip. Ruuuaaannn. Rooonnn. Reee. Ruuumuuunuuun. Ruuuaaannn. Rooonnn. Reee. Ruuumuuunuuun. Piuff…fff, pip, pip. El sonsonete del bus retumbaba en mis piernas. Estuve a punto de gritar sofocado. Pero, ¿de qué serviría?
A un muchacho le dio por mecerse en el acordeón: Cling, clung, cling, clung, cling, clung, como si fuera el resorte de un colchón. Me ahogaba entre los ruidos grises y el dolor. Todo gracias a la maravillosa idea del día Sin Carro o dizque el día del Aire Limpio.
¡Ja! ¿Qué aire limpio se respira en ese aparato a las 6 de la tarde? ¿Qué tiene de saludable estar apretado con la sinfonía de ruidos ensordecedores? ¡Ayyy!
No, no, no, no, no. Como si no fuera suficiente a otro por allá le dio por escoger el mejor tono para su celular. Tunturutututurún, turí-rú-riru, tunturutututurún, turí-rú-riru, Plinpiriripliplín tirú-riru, plinpiriripliplín tirú-riru, Firuriruriru-ronronron, firuriruriru-ronronron. ¡Hubiera querido tomar el teléfono y pisotearlo hasta que no sonaran ni los contactos electrónicos! Squash, squash, shhhs, shhha, sjjash. Shhhs, pshhhss, pshhhs, pshhhs. ¡................................!
Piufff….ffff, pip, pip. Piufff….ffff, pip, pip. Ruuuaaannn. Rooonnn. Reee. Ruuummmuuunnnuuuun. Piuff…fff, pip, pip.
Pró-xi-ma pa-ra-da, Santa Isabel, dijo una voz metalizada, al tiempo que recé:
“¡Oh Santa! Ayúdame. Que el dolor desaparezca, que se vaya de pesca a otra cabeza, que tome por sorpresa a otra testa, que me deje tranquilo y no resuene entre mis venas. Bendita entre las mujeres, que no me sigan cayendo mal las copitas de jerez, no permitas que el zumbido de la ciudad me ensordezca. ¡Silénciala! Ponle ‘mute’, dale mate o quítame las orejas”.
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